sábado, 15 de enero de 2011

ALFONSA DE LA TORRE (3)




Aunque entra dentro de lo posible que la curiosidad haya provocado a algunos de los escasos lectores asiduos de este bloog la decisión de informarse por su cuenta, es este para mí ahora el momento de suministrar datos biográficos sobre la poetisa para quien no ha ejercido esa iniciativa. Copiamos un resumen que puede servir para centrarnos en el personaje y su circunstancia aunque ya volveremos sobre otras cuestiones biográficas acudiendo a los escritos de su sobrino Jesús González de la Torre:

“Alfonsa de la Torre nació en Cuéllar (Segovia) en abril de 1915. Desde los tres hasta los seis años padeció una extraña ceguera que le marcó para toda su vida. Durante ese período en que estuvo ciega, empezaron a surgir sus primeros versos, que la niña recitaba a su madre. Estudió primaria en el colegio de monjas de La Divina Pastora, de Cuéllar, y a los dieciséis años se trasladó a Segovia para hacer el Bachillerato. En el Instituto segoviano coincidió con Luís Felipe Peñalosa, Dionisio Ridruejo y los hermanos Cáceres, con los que creó un grupo de teatro que representaba obras clásicas. Al terminar el Bachillerato se trasladó a Madrid, donde vivió en la Residencia de Señoritas mientras cursaba estudios en la Facultad de Filosofía y Letras. En la Universidad se hizo amiga de Carmen Conde y Josefina Romo Arregui, su consejera literaria, y fue alumna de Pedro Salinas y de Joaquín de Entrambasaguas, que alentaron su creación poética. Una vez licenciada, siguió los cursos de doctorado con una tesis sobre Carolina Coronado por la que recibió el Premio Extraordinario. Aunque escribió poesía toda su vida, su primera publicación poética tuvo lugar en 1943. Publicado por la Editoral Hispánica, Égloga es un poemario sobre la naturaleza, la melancolía y el amor, con introducción de Josefina Romo, sobre el que Dionisio Ridruejo escribió este comentario estrambótico: Hoy, por primera vez, Alfonsa tiene la incertidumbre de escribir. Y en el comienzo de la Castilla de la Unidad a la Castilla del Imperio, un automóvil va a llevar una embajada de versos. En 1951 recibió el Premio Nacional de Literatura por el Oratorio de San Bernardino, publicado en 1950, y dedicado a la portada de Santa Andrea y San Bernardino en Perugia (Italia) del escultor Agostino Duccio (el Duccio, 1418-1481). Alfonsa de la Torre publicó su último libro de poesía, Plazuela de las obediencias, en 1969. Vivió hasta su muerte en 1993 rodeada de pinos en la finca “La Charca” de Cuéllar (Capi Corrales Rodrigáñez, “Alfonsa de la Torre (1915-1993”, en Paloma Alcalá Cortijo, Capi Corrales Rodrigáñez, Julia López Giráldez, coords., Ni tontas ni locas. Las intelectuales en el Madrid del primer tercio del siglo XX, Madrid, FECYT, 2009, p. 168).

En apariencia, sólo en apariencia, porque desconocemos –desconozco– la intimidad de la poetisa y sus posibles luchas interiores o características personales consideradas como desviación en la época, la vida de Alfonsa transcurre dentro de los cánones, sin obviar su estancia en la Residencia de Señoritas (Carmen Zulueta/Alicia Moreno, Ni convento ni college. La Residencia de Señoritas, Madrid, Residencia de Estudiantes-CSIC, 1993), progresista, en la que bien pudo avivar algún rescoldo interior anterior que la llevara a elegir un camino de libertad o a liberalizarse de cuanto equipaje le impidiese su viaje personal por la vida, asunto que trataremos más tarde, Deo volente. A mi entender, aunque pudo conocer a gente con otra mentalidad, la influencia educativa del centro formativo en sí no es, para nada, determinante, además de no tener noticia alguna de su paso por la misma. Si acaso, le serviría, de no haber poseído esa cualidad, para aprender a enjuiciar las cosas con tolerancia y respeto, pues ello se deriva del objetivo básico de este centro. Citar esta circunstancia se debe a ser la única estancia importante de Alfonsa fuera de Cuéllar mientras era estudiante. Volveremos sobre ello con más lujo de detalles.

Dos son los problemas personales que hubo de vivir la escritora de ser ciertos los murmurios llegados a nosotros: la concesión del premio Adonais 1950 a Juana García Noreña, por sus consecuencias, y su condición sexual, de ser algo más que conjeturas.

La concesión del Premio Adonais de Poesía de 1950 revoluciona el ambiente literario e influye gravemente sobre Alfonsa de la Torre y Juana García Noreña o Ángelines de la Borbolla, que es lo mismo. Lo consigue Juana García Noreña (J. G. N.), por su libro Dama de soledad (nº 69 de la colección Adonais). Muy pronto se filtra que la autora era una persona alquilada por José García Nieto (J. G. N) puesto que, aun siendo miembro del jurado y por ello no participó activamente en la votación, el libro era de su autoría. La situación que esto crea, conocida a través de los testimonios que siguen, hacen que Juana y Alfonsa salgan para Cuéllar y vivan en la casa de esta última hasta la muerte de esta última, con las habladurías consiguientes.

De esta situación extraliteraria, se ha hecho eco mucho articulista, sin más investigación que creerse la afirmación hecha por el primero que lo dijo. Existe la creencia de que esto fue algo creado por algunos malhablados marujones del Café Gijón. Y es que siempre ha habido gente que ha vertido un vaso de agua sobre la tierra y no ha sido posible recogerlo a pesar de las consecuencias que puede tener el acto en la privacidad de los “criticados”.

Hay opiniones para todos los gustos. Eso sí, unos siguen a otros, beben de la misma fuente y no aportan singularidad alguna. Así que, de este affaire, se pueden deducir daños para ambas dada la sensibilidad de, al menos, Alfonsa, sin que por ello creamos las ficciones que son comunes y originadas, quizá desvirtuadas, por Haro Tecglen.

1. “Pero, para decepción de unos pocos y regocijo de muchos, Juana existía en carne mortal de joven mujer. Perseguida por los reporteros que no tenían que llevarse ninguna noticia a la pluma, acosada por poetas agraviados, un día de 1951, Juana García Noreña desapareció de Madrid sin dejar rastro, como un fantasma de papel de periódico. El cuerpo y el desasosegado espíritu de Juana se refugiaron en la finca La Charca, de Cuéllar, rodeada de pinos, residencia de Alfonsa de la Torre. Allí vivió cuarenta y dos años, hasta la muerte de Alfonsa en 1993. Entonces, Basilio, el hermano de Alfonsa, señorito de fusta y mando en plaza, la expulsó sin ningún miramiento ni contemplación. Juana volvió a Asturias y todavía hoy su fantasma hecho de sombra habita entre la niebla de los valles de Somiedo”. (Francisco Otero, “la Poesía de Alfonsa de la Torre”, en El Adelantado de Indiana.

2. Dama de soledad de Juana García Noreña —seudónimo de Angelines de la Borbolla— no sólo ganó el Premio Adonais en 1950, sino que ascendió a la primera línea de la poesía del momento. La crítica, perpleja, agitó sus halagos como ramas de olivo; aclamó el advenimiento de una deidad poética encarnada en 24 años de feminidad. El académico M. Fernández Almagro (ABC, 5 de enero de 1951, p. 15) aseguró que la obra guardaba “un aire inconfundible, más que de juventud, de adolescencia” y solapaba sencillez y complejidad métrica. Pero un Mesías cobija en túnicas o cuartillas el perfil seguro de la muerte. En el emblemático Café Gijón, germinó el escepticismo. En un acróstico del poema La otra muerte figuraba el nombre de García Nieto —miembro del jurado— y muchos intelectuales sospecharon de la firmante. No obstante, el entonces director de la colección Adonais, José Luis Cano, creía en la sinceridad de Juana y apuntó que recitaba de memoria casi todos los poemas del libro. Juan Ramón Jiménez compuso, incluso, un poema inspirado en Dama de soledad; Gerardo Diego, en Gerardo Diego y Adonais, reivindicaba a Juana García Noreña y la equiparaba a Gabriela Mistral. La savia profética del poemario se disgregó en la cruz de la mentira. En realidad, el auténtico autor de Dama de Soledad, José García Nieto, movió todo desde lo alto. Dispuso un vástago inventado en su propia lengua; propagó parábolas de juventud y demostró que la edad no limita la autenticidad de la poesía. ¿La palabra, los nombres o, quizá, los hombres? ¿Hay trinidades santas en la poesía? (Esteban, “Evangelio según Adonais”, 27 noviembre 2008, en La renovación de las palabras).

3. “En la historia secreta de esta tertulia y en la biografía de su máximo representante, José García Nieto, hubo un episodio verdaderamente novelesco, coincidente en el tiempo con el nacimiento del premio Café Gijón para novelas cortas. Efectivamente, en 1950 ganaba el prestigioso Adonais de poesía una autora desconocida llamada Juana García Noreña, por el libro titulado Dama de soledad, que fue inmediatamente saludado con entusiasmo por la crítica. La sospecha, sin embargo, de que tras aquel nombre se ocultaba el propio José García Nieto (la coincidencia de las iniciales y un revelador acróstico así lo apuntaban), quien era además miembro del jurado que otorgaba el premio, no tardó en extenderse desde los veladores del Café Gijón. José García Nieto murió el 27 de febrero del 2001. Unos días después, desde las páginas de El País, Eduardo Haro Tecglen (“Un libro de García Nieto”, en Babelia, El País, 10 de marzo de 2001) resumía y aclaraba finalmente buena parte del enigma de Juana García Noreña: “Pocos saben que uno de los mejores libros de José García Nieto fue Dama de ooledad, firmado por Juana García Noreña (las iniciales son las mismas de Pepe); no creo que entre en sus obras completas. Lo escribió como un juego literario: para presentarlo al Premio Adonais, y él mismo estaba en el jurado: quería saber lo que opinaban los demás sin saber que era suyo. Opinaron tan bien, que lo premiaron: García Nieto no se atrevió a decir que era suyo: le dio vergüenza por quienes habían encontrado una escritura genuinamente femenina. Huyó hacia adelante y encontró una muchacha que aceptó fingir que era la autora. Tenía algo más de misterio aquella criatura; alguna cosa más que ocultaba para sí. Se encontró de pronto recibiendo y gestionando una gloria grande, el libro era impresionante, recitando en público, entrevistada. Y, luego, descubierta. Alguien sospechó de las siglas que ella dio como seudónimo: el suyo real no lo debo decir; otro encontró un acróstico en el que podía leerse el nombre completo de García Nieto: JOven a la muerte voy SÉ que me espera y me llama, y alguien más lo publicó. “Juana” estaba despavorida. Una noche me la trajo un señor a casa: la había encontrado en un banco dormida, y no se despertaba: la llevó a una casa de socorro, la hicieron un lavado de estómago y ella dio mi dirección, porque no se atrevía a volver a casa de sus padres. Durmió, descansó, lloró; escribió una carta al periódico que había descubierto la cuestión defendiéndose y fingiendo que el acróstico se debía a un amor oculto por García Nieto. La realidad es que la carta la escribí yo; y un poema que mandó al mismo periódico lo hizo García Nieto. No era bueno que siguiese en mi casa, que era la de un hombre solo aunque no había ninguna posibilidad de otra relación: mi sólo cariño lo tuvo siempre y le encontramos un escondite en casa de la gran actriz Elena Salvador; luego, en la de Blanca Montarco. Íbamos a verla Gerardo Diego, que había publicado un artículo en ABC defendiendo a la autora femenina del libro: no sabía la verdad, y tardó mucho en aceptarla, y otros amigos, y, finalmente, se fue de Madrid. Creo que para siempre. Un día en que pasaba yo por la Gran Vía se paró un taxi a mi lado y se bajó “Juana García Noreña”: con unas botas de montar, un látigo en la mano. Me dijo que vivía en la finca de pueblo de una poetisa. No he vuelto a saber más”. El verdadero nombre de “Juana García Noreña”, que no quiere desvelar Eduardo Haro Tecglen, no era estrictamente un misterio, puesto que ya había sido difundido en el mismo 1950, mediante una nota sin firma (nota muy probablemente redactada por el propio García Nieto) publicada en Cuadernos Hispanoamericanos (nº 18, nov.-dic. 1950, p. 72) dando detallada noticia de la concesión del premio a una poetisa hasta entonces desconocida, llamada Ángeles Borbolla, de la que se informaba que era: “Una menudita asturiana de veinticuatro años, quien para los olímpicos del Café Gijón era apenas una entrometida que, según ella misma decía, escribía de vez en cuando cuentecillos en prosa, resulta que estaba haciendo, a solas, un buen libro de versos. Ni los más íntimos conocían esa labor.” (Carlos García Espina, El Café Gijón. Reportaje documental y gráfico sobre el premio de novela del centenario café madrileño, Gijón, Llibros del Pexe, 2001, pp. 19-24).

4. Juan Manuel de Prada también saca tajada literaria: “...tenemos que hacer mención al descacharrante caso de Juana García Noreña, quien con su poemario Dama de soledad obtuvo el prestigioso Premio Adonais, allá por los años cincuenta. A todos los miembros del jurado, el libro de la poetisa novel les pareció el mejor sin disputa; sólo el poeta José García Nieto permanecía callado, renuente a pronunciar un elogio. Pero su silencio no expresaba una disidencia, sino más bien un entusiasmo secreto, malicioso e inconfesable. Y es que, como luego se sabría, García Nieto era el verdadero autor del poemario premiado. Al no atreverse a confesar el pufo, García Nieto convenció a una bella señorita para que recogiese el premio, haciéndose pasar por la espectral Juana García Noreña. Pero, entre tanto, los rumores habían empezado a circular por los mentideros literarios madrileños; un periodista, además, acababa de descubrir en uno de los poemas de Dama de soledad un acróstico que revelaba el nombre de García Nieto. La muchacha, perseguida por los gacetilleros, tuvo que refugiarse en casa de García Nieto, hasta que amainó el escándalo. Luego, desaparecería sin dejar huella, como un fantasma de tinta, como una fragancia de letras esquivas que se queda temblando en el aire, un segundo antes de desvanecerse” (“Negros de sí mismos”, en XL Semanal, nº 958, 5-11 marzo, 2006).

5. José López Rueda escribe un artículo sobre Luis Jiménez Martos (“En la muerte de un poeta”, en De poesía,Prometeo digital) en el que hace referencia a su libro Mis memorias del Adonais: “Pero, sin duda, la función más importante desempeñada por Luis ha sido la de director de la prestigiosa Colección Adonais, cargo para el que fue nombrado en 1963 y que ejerció casi hasta su muerte, es decir, más de tres décadas. Lo heredó de José Luis Cano, otro gran mecenas de la poesía española. De sus actividades en este campo nos ha dejado noticias muy puntuales en su libro Mis memorias del Adonais, indispensable para conocer mucho de lo más importante acontecido en el ámbito de la poesía española durante la segunda mitad del pasado siglo XX. Es una delicia para el lector de poesía recorrer de la mano de Luis todas las peripecias del mundillo poético español con sus pequeñas intrigas e incluso sus curiosos misterios, como la indignación de José García Nieto porque Luis revelara en una entrevista que Juana García Noreña, quien obtuvo el Adonais de 1950 con Dama de soledad, era un seudónimo del propio García Nieto”.

6. Viernes, 31 de marzo. Entre los pinos.
“La semana pasada, por un doble error, dejé una historia a medio contar. El primer error fue que me excedí en el espacio de este diario y el segundo que cuando me avisaron mandé cortar, a la brava, un párrafo en el que se concluía. Bueno: todas las historias son inconclusas o tal vez todas tengan la misma conclusión. El caso es que dejé a Juana García Noreña, la chica asturiana que José García Nieto se llevó a Madrid para justificar la humorada que había gastado al jurado del premio Adonais, desaparecida y desesperada. A mí me lo contaron en Segovia: la muchacha, perseguida por la prensa, huyó a Cuéllar donde Alfonsa de la Torre le dio cobijo en su casa entre los pinos. Vivieron su vida lejos de murmuraciones: hoy pienso en ellas, al amparo de las bestias, y acaricio su vida como quien afronta un misterio. También en aquellos años duros de la posguerra era posible concebir, aunque no pasase del pensamiento, una vida al margen. Sólo vi unos minutos, desde el autobús que me llevaba a Valladolid, la casa de Alfonsa de la Torre. Triste, misteriosa, con cierto aire art-decó y ya abandonada: he buscado por todos los sitios algún poema de Alfonsa de la Torre. En vano. Aunque me puedo imaginar los adjetivos modernistas puestos a flotar sobre la piel del agua, sobre la cálida presencia de alguien a quien amamos y que, como todos, huye del espanto” (Xuan Bello, “Con el lenguaje de la melancolía”, en El Comercio Digital, 9 abril 2006).

7. “La muy joven poeta Juana García Noreña ganó el Adonáis del 50 con su Dama de soledad, delicado y melancólico cuadernillo. No tardó en conmoverse el paisaje literario de entonces, y el aire ya repetía maravillas, como si los pájaros hablasen o las estatuas bajaran de sus pedestales. Juana recibió elogios de todas partes: léanse, por ejemplo, los cariñosos comentarios de Gerardo Diego o las efervescencias ultramarinas de Juan Ramón en el volumen que el primero dedicó a los anales del veterano certamen. Pero el final de la historia, si es que tuvo alguno, está bien registrado en el anecdotario descacharrante de la poesía española. Juana no era Juana, y las crecientes sospechas apuntaron unánimes hacia José García Nieto. Bien es cierto que hubo quien defendió una versión alternativa --creyente-- de los hechos, probablemente al dictado del propio García Nieto. Como toda mentira bien urdida, esta termina por hacer brecha en la realidad, y se llega a asegurar, testigos mediante, que Juana había escapado de la canalla poética y buscado amparo como secretaria de una escritora madura, aportándose así esa pizca de sal lésbica que redondeó maravillosa- mente la parábola. No sé por qué estos días me ha dado por pensar en la pobre Juana. Es triste que ahora se la recuerde más por la anécdota que por sus versos. Es triste que siempre se hable más de poetas que de poemas, como si quisiéramos siempre que los poetas fueran, inagotablemente, su propia pose, condenados al infierno de la autoría. Parece que a Juana no le perdonaron que tuviera más pelos en las pantorrillas de lo que se le supone a una tierna adolescente. De igual manera que a otros poetas no les toleran su ideario político, su condición sexual o la talla de sus pantalones, a Juana la condenaron por el pecadillo venial de no existir. Pero la poesía es la que inventa al poeta y no al contrario. La poesía es voz, y esa voz se parece a una conciencia: es conciencia, a veces masculina, otras femenina, según qué juegos. Al cabo, poco importa si García Nieto creó a Juana García Noreña, o si fue ella quien dio vida al director de la revista Garcilaso. Las dos posibilidades, de hecho, se me antojan perfecta-mente verosímiles. Sin duda, ambas sucediron a un tiempo” (Juan Manuel Macías, “Juana”, en Las diosas y las nubes, 28 octubre 2010).

8. “Nadie consiguió arrancarle a nuestro admirado poeta –ni los amigos más íntimos- verdad alguna afirmativa. Tampoco rotundamente negativa. Y ahí quedó la cosa, ya olvidada con el paso del tiempo. Muchos años después, el autor confesaba a Rosario Hiriart la verdad de ese lance y así lo revela esta escritora en su libro sobre el poeta” (La mirada poética de José García Nieto, Barcelona, Icaria, 1990). [Jacinto López Gorjé, “La poesía amorosa”, en José Luis Cano et alii, Medio siglo de Adonais (1943-1993), Madrid, Rialp, 1993, pp. 157-158].

9. 22 de octubre
“El affaire Juana García Noreña, premio Adonais 1950 con su libro Dama de soledad, vuelve a tener actualidad. Habían corrido rumores por los mentideros literarios madrileños de que el libro no era de Juana García Noreña -seudónimo de Angelines de la Borbolla-, sino del poeta José García Nieto, que había formado parte del jurado. El asunto ha sido comentado hasta la saciedad en las tertulias literarias, sobre todo en la del café Gijón, cita permanente de los poetas. El rumor se apoya en que en uno de los poemas del libro, el titulado "La otra muerte", figura un acróstico con el nombre de García Nieto. Pero, en mí opinión, ese acróstico no prueba nada, pues podría ser un homenaje de la autora al director de Garcilaso. Por otra parte, me cuesta creer que una muchacha de 20 años -preciosa, por cierto- haya querido figurar como autora del libro, no siéndolo, y que hubiese recibido tan campante no sólo las 3.000 pesetas del premio, que yo mismo, como di rector de Adonais, le entregué, sino los varios homenajes e invitaciones que, sin dudarlo un instante, aceptó. Por ejemplo, dio un recital de la obra premiada en el círculo Medina, en el que yo la presenté, y en el que Juana recitó de memoria casi todos los poemas del libro. Por otra parte, Pepe García Nieto ha publicado una carta en la revista Correo Literario, que dirige Leopoldo Panero, afirmando rotundamente que el libro Dama de soledad no es de ninguna manera suyo, sino de Juana García Noreña, que lo presentó al Premio Adonais. He hablado del asunto con Gerardo Diego y con Vicente. Gerardo cree firmemente que el Ebro es de Juana, a la que ha conocido en el Gijón, pero Vicente no está tan seguro.
25 de noviembre
El affaire Juana García Noreña ha tenido un final novelesco. En la tertulia del café Gijón, el más famoso mentidero madrileño, corre la especie, probablemente falsa, de que Juana se ha dejado seducir por una amiga suya, poetisa y bastante mayor que ella, A. de la T., quien la ha contratado como su secretaria y se la ha llevado a su casa de Cuéllar, donde viven juntas. Ya la llaman la castellana de Cuéllar, remedando el título de la conocida novela histórica de Espronceda” (José Luis Cano, “Poetas y poetisas”, en El Paíss, 28 mayo 1985.

Parece, pues, ser cierta la descalificante broma del atildado José García Nieto. Así que, sin saber nada de cuanto sucedió, Alfonsa y Juana se unen en la desgracia, salen de Madrid y viven juntas en Cuéllar hasta que la muerte las separa, como ya se sabe. Esta convivencia es lo que, según entiendo, da pie a hablar de inclinación lésbica compartida entre ambas mujeres que, al parecer, callan y soportan, fuera o fuese verdad o mentira lo que de ellas se piensa y quizá alguno murmura como insulto machista. Volveré sobre esto.

No esperaba yo que el tema acabase como se encuentra ahora mismo. Pero, si lo quieren saber, han de leer otro testimonio relacionado con el tema:

"MUCHO tiene que interesarnos a los asturianos la llegada a las librerías del último Premio Quiñones: La suite de Manolete, Joaquín Pérez Azaústre (Alianza Editorial). En primer lugar, por la brillante intriga literaria que construye en torno a Juana García Noreña; aquel personaje de ficción o no tan ficción con el que García Nieto se presenta al Adonais en 1950 y lo gana. Nacida en Llanes, igual que el propio García Nieto, y con una intriga (todo es novela negra y temible en Joaquín) acerca de un embarazo, de unos duros de la época, de un pan bajo el brazo por dar la cara en un premio casi enteramente político en la época. En segundo lugar, una rotunda obra de arte, por cuanto se investiga la historia de un libro que no llegó a escribirse, una biografía o falsa biografía de Manolete, el popular torero, donde el protagonista va en busca de un viejo amigo y un libro y una llamada de la que apenas tiene noticias o explicaciones. En tercer lugar -líneas generales de una intrépida narración- por esa extraña y bellísima combinación de literatura y alcohol que hace de Joaquín Pérez Azaústre el Hemingway más rebelde de la modernidad. Manifiesta la novela su deuda permanente -lo apostilla el autor al final- con el Hemingway más ebrio, más loco y más literario: el autor de Fiesta, de Muerte en la tarde, de los relatos taurinos. Manolete, Juana García Noreña y un ambiente en blanco en negro, casi película de época, donde el humo de los cafés era niebla entre los dedos y las mujeres se recogían el cabello como algunas de las heroínas más inquietantes del posterior Hitchcock. Incluso Eduardo Haro Tecglen, el popular periodista y bohemio, como protagonista de estas letras escritas con el alma en vilo. Lo que se dijo en la época, no se sabe si para bien o para mal, si fue Cela o cualquier otro quien levantó la liebre: Lo único inquietante en la poesía de García Nieto es el asunto Adonais. Casas que son casi corralas en el Madrid resacoso y una Córdoba toda salvación en un verbo dinamitero, torrencial, en esta bella edición de márgenes amplios, papel con olor a churros y profesores venidos a menos, ruinas humanas, coleccionando los viejos tomitos de la colección Adonais como quien da cuenta de algún extraño oro. Mucho cine, mucha literatura, un gran arañazo" (Diego Medrano, "La suite de Manolete, en elcomerciodigital.com).
Hasta más ver.

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